Se apareció recién después de cuatro días que Lázaro había muerto2. Me mandó llamar y tuve la osadía de postrarme a sus pies y decirle. “Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto”. Entonces sucedió algo que conmovió mi alma profundamente. Jesús lloró. Jesús lloró conmigo. Se conmovió por nuestro dolor. En ese momento entendí que Él amaba a la humanidad y se identificaba plenamente con ella, que amaba como nadie a cada uno de los hombres y que la muerte le dolía. Pero esas lágrimas
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